Por Sadiel Mederos Bermúdez
Galería publicada por Tremenda Nota y The Washington Blade el 31 de marzo de 2020.

Cuando salí a la calle, solo sentí el calor y el polvo del muro del Malecón golpearme la cara. Menos carros, menos ruido. Incluso menos reguetón. Tal vez por la certeza de saber que cierta epidemia china ya no es sólo internacional, sino también cubana. Como si fuera culpa de tres italianos o, antes, de los chinos. Como si fuera culpa de alguien enfermar, sufrir, o morir.
Quizás las personas ausentes de las calles ahora silenciosas están viendo la Mesa Redonda después de todo, cuando todavía el sol está alto en el cielo y arrecia. Nuevas medidas, suspensiones… La voz del presentador Randy Alonso traspasa las paredes rotas de Centro Habana, como un rezo: dice que la situación es seria, ahora. Después de semanas de comentarios y noticias del colapso internacional ante la pandemia, de extranjeros que continuaron con sus planes turísticos en hoteles y hostales cubanos. Se puso serio, apenas ahora.
Salgo a la calle consciente de que no debo hacerlo, pero será mi última mirada a La Habana por un tiempo. Hasta abril, no sé, unos meses… No vale la pena contagiarse por hacer una foto y despedirse del mar. Son cerca de las 7:00 p.m. y la Terminal Nacional de Ómnibus es el punto medio del caos. Ni guaguas ni carros suficientes; demasiada gente tratando de salir, respirándose encima. Todo huele a cloro y sudor. ​​​​​​​

Un señor en Centro Habana se toca la garganta y mira hacia los lados varias veces antes de toser.

Para algunos, la vida se recoge y encierra como una oruga. Adentro, silencio y expectación, demasiada, por un tiempo que no pasará rápido ni preciso, ni seguro. Pero pasará. Dicen que hemos resistido cosas peores. Hemos resistido… 
La vida no se acaba. La vida se enrolla como el caracol en su apretada concha. La gente ahora podrá estar desnuda dentro de sus casas, salivando por las mismas cosas: dinero, sexo, comida… El dinero. El sexo, el sexo. La comida. Pero ahora nadie imagina cómo será la Rampa, el Malecón o la calle 23 sin gente. O el sexo, el dinero y la comida sin la calle 23. No es la Cuba que permanece en la mente. Tampoco lo es el Moulin Rouge vacío de París ni Venecia sin su carnaval. Es una burbuja que ya no existe. Apenas la imagen gastada del mundo que ya no es. 

Una señora se aferra a su pañuelo durante un viaje en taxi subiendo La Rampa, en el Vedado.

«El mejor guarapo de La Habana», me dice un colega que me acompaña parte del recorrido. «En Playa venden también, pero es más hielo que jugo... Las cosas siempre saben diferente en El Cerro».

Yo me abstuve de tomar guarapo pero no por el coronavirus: entre el cansancio y la posible caída de presión, prefiero continuar caminando.

Una vendedora de jugos en una cafetería estatal me sorprende de lejos. Ella sí ve 20-20.

El chofer que me trasladó una parte del camino sólo asentía con la cabeza.

Romance sin mascarilla en la Terminal de Ómnibus Nacionales de La Habana.

Es lunes 23 de marzo, 18:20, ni de madrugada vi la esquina del Coppelia tan solitaria.

Son las 19:08 en 23 y Malecón.

Una última vuelta turística en auto clásico.

Posible pervertido con cámara interrumpe romance frente al mar.

Deja vú.

Aislado, en lo alto y con estatuas.

Un día, un mes, un año más.

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