Galería publicada en Tremenda Nota, medio independiente cubano desaparecido.

Cuando salí a la calle sólo podía sentir el calor y el polvo del muro del Malecón golpearme en la cara. Menos autos, menos ruido. Incluso menos reggaetón. Tal vez la certeza de saber ya que cierta epidemia china no es sólo internacional, sino cubana. Como si fuera culpa de tres italianos o, antes, de los chinos. Como si fuera culpa de alguien enfermar, sufrir, morir.
Tal vez las personas ausentes de las calles (en silencio) están viendo la Mesa Redonda después de todo, cuando todavía el sol está alto en el cielo y arrecia. Nuevas medidas. Suspensión... La voz del presentador Randy Alonso traspasa las paredes carcomidas de Centro Habana como un rezo. Dice que la situación es seria. Ahora. Después de semanas de comentarios y noticias del colapso exterior, de extranjeros que continuaron sus planes de turismo en hoteles u hostales cubanos. Se puso serio, pero sólo ahora.
Salgo a la calle consciente de que no debo hacerlo, pero será mi última mirada a la Habana por un tiempo. Hasta abril. No. Unos meses... Y no vale la pena contagiarse por hacer una foto o despedirse del mar. Igual, son cerca de las 7 pm y la Terminal Nacional de Ómnibus prepara un caos. Ni guaguas ni máquinas suficientes, demasiada gente tratando de salir, respirándose encima. Oliendo el cloro y el sudor. Igual, estoy obligado a la salir a la calle para comer.
La vida no se acaba ni se enjuaga. La vida se enrolla (debe) como el caracol en su apretada concha. Y la gente sigue usando su ropa interior ajustada como guante aunque ahora bien podría estar desnuda dentro de sus casas. Son muchas generaciones juntas dentro de la misma concha. La vida, la gente sigue salibando por las mismas cosas: dinero, sexo, comida. El sexo. El dinero. El sexo. La comida. Pero ahora nadie imagina cómo puede seguir ahí la Rampa, el Malecón o 23 y L sin gente. O el sexo, el dinero y la comida sin 23. ¿Cómo se puede seguir salivando entonces? No es la Cuba que tienen en la mente. No es tampoco el Moulin Rouge vacío de París ni Venecia sin su carnaval. Es una burbuja que ya no existe. Es un mundo que ya cambió. ¿En serio no se puede volar?
Lo están diciendo de nuevo, pero de pronto alguien de fuera muriendo afuera suena más cerca e inaudito, a pesar de la buena alimentación, el desarrollo y el gel antibacterial, como si la muerte no nos acercara e igualara a todos, todos los días.
Para algunos la vida se recoge y encierra como una oruga. Adentro, silencio y expectación. Demasiada, por un tiempo que no pasará rápido, ni preciso, ni seguro. Pero pasará. Dicen que hemos resistido cosas peores. Hemos resistido tanto... Afuera, tampoco hay espacio suficiente para los sendos metros de cola, para encontrar igual la misma expectación y silencio. Las crisálidas prefieren ni hablar para no respirarse encima o aclararse la garganta. Mejor no. En abril. En unos meses podrán salir y tomar vuelo. De la casa. Del país. Ojalá que para entonces hayamos cambiado (mejorado) también por dentro.

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