Según un informe de la OPS/OMS del 2018, del total de años perdidos por discapacidad (APD) en Cuba, la tercera parte (32%) fue por causa de trastornos mentales, según datos oficiales.

Por Sadiel Mederos Bermúdez
Foto reportaje exclusivo publicado por la revista Tremenda Nota el 2 de febrero de 2021.

«Una enfermedad mental, sin importar si es crónica o no, es un estigma que nunca te arrancas de tu vida. La sociedad te lo recuerda en cada espacio que no volverá a abrir para ti1, en las acciones más simples y cotidianas que jamás podrás repetir. Incluso tu familia te lo va a recordar…».
Víctor Cuevas Cárdenas fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide en 1996. El rechazo social sufrido lo animó a crear «sus propias puertas y ventanas» el 23 de diciembre de 2002: el proyecto Corazón Solidario está abierto para enfermos mentales durante los días laborables en la ciudad de Santa Clara, al centro de Cuba.
Veintitantos pacientes asisten allí para recibir comida, ropa donada, medicamentos y terapia ocupacional. Hacen lo que desean hacer. Se ayudan entre sí y conversan en el patio interior, meciéndose en grandes sillones mientras Alfredo toca el piano. Sigue melodías de memoria como lo hizo durante décadas, y aunque le saltan algunas notas fuera de lugar, a nadie parece importarle: Maylín baila mientras transporta una palangana de ropa recién lavada y los sillones no paran de moverse. Alfredo cierra los ojos y sigue tocando. Nadie dijo que debía ser perfecto.

Víctor trabajó más de diez años en el hospital psiquiátrico de Santa Clara, primero como almacenero y luego, como cuidador. Actualmente se encarga de buscar todas las materias primas y controlar las finanzas del proyecto Corazón Solidario, para pacientes de enfermedades mentales. Levantó el hogar que hoy ocupa en la calle Maceo 412 desde las ruinas, con apenas tres habitaciones techadas, el 15 de octubre de 2013.

Corazón Solidario es un proyecto único de su tipo en Cuba, país aquejado por una crisis económica crónica, cuyo gobierno ha reconocido que el salario promedio no alcanza para satisfacer las necesidades básicas. Víctor confiesa que «sobrevivir es cada día un acto de fe». Dependen del apoyo de la Iglesia Católica y de donaciones provenientes casi siempre de la propia comunidad necesitada a la que se dirigen. Todos comparten lo poco, incluso cuando 45 comensales reciben sus raciones de almuerzo y cena.
Víctor habla calmado. «El aislamiento impuesto por la propagación del coronavirus ha intensificado no sólo la soledad de los pacientes con enfermedades mentales sino también el rechazo de sus familias. Sobrevivimos gracias al corazón solidario de muchas personas, pero todos los días también enfrentamos la ausencia de él en otras. Tratamos de ser el hogar y la familia perdida… aunque sea por unos días, aunque ese efecto termine perdiéndose… Y con buena parte de los pacientes, por las difíciles situaciones que deben enfrentar en la calle (en sus casas), al reincorporarse cada lunes es como volver a empezar».

Daver espera llenar de conejos estas jaulas a inicios de año, y junto a Joselier y Edelberto atiende las plantas aromáticas del pequeño huerto. Cada vez les quedan menos métodos tradicionales para luchar contra las constantes plagas en los cultivos. 

Yunior, de menos de 30 años, pica algunos panes viejos donados al proyecto para tostarlos, convertirlos en migas, y luego venderlos en pequeños sobres. «Los compran mucho para hacer croquetas».

Rosita escoge el arroz del almuerzo y dicen sus compañeros que no para de sonreír, a pesar de haber sufrido una crisis nerviosa con el aislamiento inicial a causa de la pandemia. Cercana a los 70 años, es doctora en Ciencias, antigua profesora titular de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, Cuba.

Víctor respira profundo cada vez que habla sobre la comida que ofrecen en el hogar del proyecto. «Si es difícil para la familia promedio cubana asegurar su alimento, imagínate conseguirlo para 28 personas como mínimo».

Rafael y Edelberto preparan los pabilos para hacer pequeñas velas. Se venden por unos pocos pesos cubanos y aunque Víctor reconozca que pasa más trabajo buscando la materia prima necesaria, los pacientes se sienten útiles con sus actividades y crean lazos afectivos y sociales dentro del grupo.

Gilberto vende estampas religiosas, adornos y velas a la entrada del hogar del proyecto. A veces supera la veintena de artículos diferentes, pero recita los precios de todos sin dudar.

Víctor visita a Guillermo al Hospital Psiquiátrico Provincial cada vez que puede y le comparte a través de la cerca algunos dulces. Guillermo estaba integrado al proyecto y vivía en una amplia casa de su propiedad. Fue internado en el hospital por sus parientes, quienes ahora ocupan su apartamento. «Podría estar allí el resto de su vida».

Rosita vive con su hermana y le tienen prohibido abrir la puerta de su casa.

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