Por Sadiel Mederos Bermúdez
Foto ensayo exclusivo publicado en dos partes (I y II) por elTOQUE el 16 y 23 de febrero de 2022.


El sol se escurría entre las hendijas del viejo central azucarero y la neblina del amanecer apenas refrescaba el sudor de las sienes. Era el equinoccio de primavera de 2015 pero en el batey José María Pérez (provincia de Villa Clara) nada parecía florecer entre la yerba mustia y polvorienta a ambos lados de la guardarraya.
En Cuba hasta los más nuevos centrales son en realidad viejos, con nombres diferentes, como el otro que visité ese día, el Heriberto Duquesne, fundado en 1868 y llamado Central Adela hasta 1978, cuando al cambiar los títulos se aspiraba a modificar esencias profundas.
Era un mundo caótico y surreal. Afuera, el aire levantaba constantes estelas de polvo y picapica (plantas urticantes). Adentro, el calor insoportable y las volutas de vapor ácido dificultaban la respiración, mientras el ruido ensordecedor espantaba cualquier pensamiento...

Central azucarero Heriberto Duquesne, en la provincia de Villa Clara.

Interiores del central Heriberto Duquesne.

Algunos trabajadores se quedan conversando después del «matutino», una especie de acto político informativo donde lo mismo se informa sobre el cumplimiento de los planes de producción que se analizan discursos de líderes cubanos o noticias del Noticiero Nacional de Televisión (NTV).

Exteriores del central Heriberto Duquesne.

Un vagón cargado de caña es descargado en la estera.

Osniel, 17 años, encargado de la caldera del central, soportaba altas temperaturas y partículas incandescentes: «Esta noche voy a una fiestecita en el barrio».

Ellos limpiaban las cenizas de la caldera. Alberto (derecha), 55 años: «¿Qué tú crees, Esteban? ¿Esta noche jugamos dominó?».

Desiderio, 64 años, encargado de la caldera de cristalización del azúcar. Se encogió de hombros con la pregunta.

Dos técnicos de maquinaria.

Trabajadores de la sala de comandos.

Luisa, 48 años, ingeniera química: «Lo de siempre… inventar la comida y ver la novela en casa de la vecina».

Busto de José Martí cercano a la entrada del central azucarero Héctor Rodríguez.

Exteriores del central Heriberto Duquesne.

Rogelio, 53 años, supervisor de transportación: «Atender a mi mujer…».

Trabajadores de la sección transportadora de la caña.

Danyer, 8 años: «En la noche mi papá me va a enseñar a conducir un tractor».

A falta de cristal, este tractor tenía por parabrisas un trozo de zinc y el logo de Nike pintado. La bandera cubana adornaba la puerta.

Rosa, 35 años, cocinera de uno de los equipos de corte en el campo: «Cuando llegue a la casa en la noche también tengo que hacer la comida…». Rosa trabaja dentro de una pequeña caravana de metal, de 4 x 10 metros, con el techo a menos de un metro sobre su cabeza. Allí meriendan y comen la docena de trabajadores que componen cada equipo de corte y transporte en los campos. Dentro de la caravana la temperatura puede alcanzar los 60 grados centígrados.

Alexis, 24 años, se encargaba de remover la costra de uno de los rodillos bajo el sol: «No tengo planes para esta noche».

Sonia era la única mujer que comandaba una brigada de corte cañero en toda la región central. A sus 36 años y cuatro bocas que alimentar en casa, no tenía mucho tiempo para estereotipos, aunque todos los días debía enfrentar el machismo de diferentes formas.
Casi todas las mujeres y hombres que conocí durante finales del mes de marzo de 2015 en el Central Azucarero Héctor Rodríguez, antes Santa Teresa, crecieron escuchando el pitido que anuncia la jornada de molienda cada día. Sus padres, abuelos, bisabuelos e incluso tatarabuelos, habían sido cortadores, mecánicos, trabajadores del azúcar que, aunque no hubieran nacido en ese lugar cercano a Sagua La Grande, en Villa Clara, se habían movido por el centro del país con los vaivenes de la zafra azucarera.
Estas personas se sentían realmente orgullosas y afortunadas de continuar trabajando en lo que los había definido como familia toda la vida. Trece años después del inicio de una reestructuración que había hecho desaparecer 20 centrales azucareros sólo en la provincia de Villa Clara, parecían trabajar como si fuera su última oportunidad, sin escatimar esfuerzos… y yo no paraba de preguntarme: ¿qué planes tendrán para esta noche?

Sonia, 36 años: «Con cuatro niños esperando en casa, nunca se sabe a qué te puedes enfrentar cuando llegues cerca de las 10 pm».

Brigada de corte cañero comandada por Sonia.

Raúl, alias El Gato, conductor y mecánico, 47 años: «Yo llego cansado como un perro, con dormir tranquilo tengo suficiente» .

Durante el descanso de la merienda, realizaron el «matutino» (especie de reunión política diaria) con un análisis sobre el hecho de que EE. UU. consideraba a Venezuela una «amenaza para su seguridad nacional».

Vicente, conductor de cortadora, 63 años: «Esta noche seguro me echo un par de cañangazos (tragos) con los amigos».

Cocina improvisada cada día en la brigada de corte cañero.

Calesa usada como transporte para llevar las meriendas a los trabajadores en el campo.

Ofelia, cocinera, 61 años: «En una casa siempre hay algo que hacer».

Ismael, 58 años: «Estoy muy viejo para hacer planes.

Ofelia traía yerbas aromáticas de su casa para que la comida de la brigada supiera mejor.

Casi la mitad del garaje del central eran autos que sólo servían para chatarra.

Interior del central azucarero Héctor Rodríguez.

Trabajadores del laboratorio químico de control de la calidad.

Azúcar cristalizada, recién salida del tacho.

Pizarrón informativo con los salarios básicos de los trabajadores (marzo de 2015).

Tubería metálica del central azucarero, levantada por un árbol.

La producción de azúcar en Cuba decreció en un 19% durante la zafra 2015-2016. El descenso rompió la tendencia al alza que experimentaba la industria azucarera desde 2010. Este declive continuó en los años siguientes. En la zafra de 2021 Cuba produjo apenas 816 000 toneladas métricas de azúcar sin refinar, la cifra más baja desde 1908.

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